SOBRE LOS “COMPAÑEROS GENDARMES”, Y ALGUNAS OTRAS DUDOSAS CUESTIONES FILOSÓFICO-POLÍTICAS (Eduardo Grüner)

Un bien interesante antropólogo “de izquierdas” norteamericano –que lamentablemente hoy nadie lee en la universidad, aunque en altri tempi fue casi un best-seller -, aquel de la llamada “antropología de la pobreza”, Oscar Lewis, hizo en su momento un experimento notable. En 1948 puso por primera vez en juego su metodología de “narrativa oral” (con la que haría después famosos textos como Los Hijos de Sánchez o La Vida ) en las barriadas más pobres de La Habana, donde uno de los problemas más acuciantes era la altísima violencia delincuencial –que, como sabemos, afecta siempre más a los más desprotegidos-. Producida la revolución castrista, Lewis decidió volver en 1961 para entrevistar a los mismos sujetos que había visto en el 48, con el objeto de comprobar si, y cuáles, se habían producido cambios en su vida cotidiana. Encontró que los cambios eran notorios y profundos: entre otras cosas, había desaparecido casi totalmente aquella violencia delincuencial. ¿Cómo se las había arreglado el gobierno revolucionario para operar ese milagro? Muy sencillo: ¡armando a toda la población de la barriada! Es decir: aplicando a un pequeño suburbio habanero el razonamiento por entonces imperante a nivel mundial en el contexto de la detente de la carrera atómica: si los grandes contendientes tienen un armamento similarmente poderoso, ninguno se animará a usarlo, por miedo al mutuo exterminio. Por supuesto –pequeño detalle- no fue lo único que hizo el gobierno: también llevó a cabo una importante reforma urbana y redistribución de la riqueza (o aunque fuera de la “escasez”, como se dijo en su momento), que en buena medida volvió ociosa o inconducente la ambición de los delincuentes, y mediante el significante milicias populares imbuyó en los nuevos grupos armados –entre los cuales probablemente hubiera varios ex delincuentes- una mística de defensa de lo conquistado por la revolución. Y sobre todo, antes de todo eso, se había hecho una revolución (no es este el momento de discutir lo que queda de ella: atengámonos, por ahora, al dato).

Moraleja: sólo en el contexto revolucionario se pueden –y con reservas y prudencias- tener fuerzas armadas “confiables” y “al servicio del pueblo”. Es verdad –dialéctica obliga- que históricamente nunca una revolución (burguesa, socialista o “nacional-popular-militar” como en su momento en Perú o Bolivia) logró triunfar sin que las bases mayoritarias de las fuerzas armadas “realmente existentes” se dieran vuelta y, por así decir, apuntaran hacia atrás. Pero, justamente: para que eso pudiera suceder se requirió una profunda crisis orgánica de carácter revolucionario o al menos decididamente pre-revolucionario. No es, ciertamente, el caso de la Argentina de hoy. En la Argentina de hoy, las FFAS (Fuerzas Armadas y de Seguridad) están plenamente integradas a los althusserianos ARE (Aparatos Represivos del Estado), con todo lo que eso significa en términos de sus “tareas”, entre las cuales está por supuesto, aún dentro de la democracia jurídico-política burguesa, la de reprimir a los movimientos o manifestaciones populares que se “salgan de madre”. No es una mera hipótesis virtual: lo hemos visto hasta el hartazgo, con este gobierno y con todos los anteriores desde 1983 (el de antes no cuenta: era su misma esencia). No se nos escapa que esta no es la única tarea de las FFAS: en los papeles, también deben vigilar las fronteras, defender al país de agresiones externas, operar como “brazo armado de la Ley” en la lucha contra el delito, en fin, cumplir todas las funciones prescriptas por un Estado burgués comme il faut . Y por consiguiente, también reprimir (o “contener”) a los movimientos populares que tiendan a poner en cuestión los límites de tal Estado burgués. Más aún: gendarmes y prefectos han sido utilizados precisamente para esto en sustitución de una policía “normal” que es percibida –con buenas razones- como ineficiente, corrupta y ella misma delincuencial. No es algo para indignarse ni para arrancarse los pelos de desesperación: es lo que “corresponde” en el Estado burgués. Pero tampoco es cuestión, para nosotros, de facilitarles el trabajo desde la izquierda ¿no?.

Por ahora, pues –y por definición, las decisiones urgentes se toman ahora -, proponer un sindicato de gendarmes, prefectos o policías es un manifiesto dislate. No es solamente que sea erróneamente “reformista”, “sindicalista”, “economicista” o siquiera objetivamente “reaccionario”: antes que todo eso, es un completo despropósito político. En las actuales condiciones –esto se ha dicho ya, pero conviene recordarlo- un sindicato así, como cualquiera que fuera construido desde “arriba” hacia “abajo” por el Estado burgués al cual las FFAS pertenecen (los gendarmes-prefectos-policías no son ceramistas de Neuquén: que se sepa, la izquierda no tiene la más mínima posibilidad de construir ese sindicato desde abajo, otorgándole plena autonomía de su patronal-Estado) tendría, en principio, las funciones teóricas de cualquier otro: por ejemplo, la de lograr buenos aumentos de salarios. Nada que objetar, va de suyo. Pero también, por otro ejemplo, la de mejorar sus condiciones de trabajo, incluidos sus instrumentos de trabajo: armas más poderosas, escudos mejor blindados, gases lacrimógenos más penetrantes, picanas eléctricas a control remoto, lo que fuere que efectivamente ayudara a que hicieran su trabajo (en el cual se incluye la represión de los movimientos populares) de manera más eficiente, más segura y menos riesgosa –como darles cascos de plástico a los obreros de la construcción, digamos-. ¿Tampoco tendremos nada que objetar a eso? Y ya que estamos en el reino de las hipótesis absurdas, abundemos: muchos militantes de izquierda, como Mariano Ferreyra, han perdido la vida luchando contra las burocracias sindicales asesinas, que tienen armas, formalmente al menos, ilegales . No quisiera siquiera tener que imaginarme a una burocracia sindical legalmente armada por el Estado burgués, como lo están todos los miembros de las FFAS. Desde luego, siempre se puede argumentar –algunos lo están haciendo- que el acta de constitución de semejante sindicato podría contemplar una cláusula que expresamente prohibiera a sus miembros tomar las armas contra otros trabajadores. De acuerdo. Pero, ¿podría alguien informarme, por favor, dónde está hoy la relación de fuerzas favorable a la izquierda que pudiera imponerle semejante cláusula a las FFAS del Estado burgués? Y no pudiendo hacer eso, alentar una “autonomía relativa” sindical de las FFAS respecto del Estado, ¿no sería algo así como alentar un embrión de potencial conformación de un nuevo “partido militar” de triste memoria? Así que no, no y no: repitamos, en las actuales condiciones es infinitamente mejor (o menos peor) que las FFAS estén rígida y jerárquicamente subordinadas al Estado nacional (burgués). Si un día las FFAS deciden tomar las armas a favor del pueblo en un proceso revolucionario, no lo harán porque tengan un sindicato, si no, como decíamos, porque la “crisis orgánica” les impondrá una decisión: ninguno de los ejércitos que se dieron vuelta en las revoluciones antes citadas estaba sindicalizado… por suerte.

Es decir: el concepto sindicato no puede ser “positivizado” en cuanto una suerte de universal abstracto ajeno al “análisis concreto de la situación concreta” (si es por eso, y si vamos a ser “abstractos”, personalmente estoy en contra de los sindicatos y a favor de los soviets, o algo similar). En todo caso, habría que dar un paso atrás y empezar por hacernos una pregunta más básica: los gendarmes-prefectos, policías ¿son trabajadores? Mi respuesta tentativa es: ¡por supuesto que sí! Nada ganamos pretendiendo demostrar –como también están intentando algunos desde la izquierda opuesta, como lo está el que escribe, a que conformen sindicatos- que no lo son. Eso es hacerse la vida fácil barriendo el problema bajo la alfombra, y distrayéndose de las contradicciones estructurales que están inscriptas en la sociedad de clases y el Estado burgués (cuando más bien la estrategia de la izquierda ha sido siempre explotar esas contradicciones). De la misma manera que son trabajadores –y aún con mayor título, puesto que están mucho más cerca de la producción material en sentido estricto- los “crumiros”, los rompehuelgas o los carneros colaboradores de la patronal, sin que a ningún ingenioso izquierdista se le ocurra proponer para ellos un sindicato especial para mantenerlos más “controlados”. Pero, no nos desviemos: los miembros de las FFAS sí son trabajadores. Y es más: son trabajadores mal pagados, superexplotados, abusados por la autoridad arbitraria de sus jefes, profundamente “alienados”, y que están asimismo atravesados por formas desviadas de la “lucha de clases” (si se puede llamar así a los resentimientos creados por la manifiestamente injusta brecha entre los salarios de los altos oficiales y los de los “milicos” de la base). Son, en su gran mayoría, hombres –y ahora también mujeres- que provienen de los estratos más bajos, más marginales, de la estructura social, a los cuales el sistema los ha privado de casi toda posibilidad de supervivencia digna, y están por lo tanto obligados a malvender su fuerza de trabajo en las peores condiciones. Son, en este sentido, víctimas del sistema. Como muchos otros trabajadores. Sólo que da la casualidad de que una parte sustancial de su trabajo consiste en… reprimir a los otros trabajadores. O sea: en, indirectamente y de manera no consciente, reprimirse a sí mismos enajenados en la ilusión de poder que les da el manejar instrumentos de represión (aquí es donde entran en juego, en este campo específico, los otros “aparatos” althusserianos, los AIE, Aparatos Ideológicos del Estado), como en ese cuento alegórico de Kafka a propósito del caballo que le arrebata a su amo el látigo y se castiga a sí mismo creyendo ahora ser él el amo. Esto puede ser una tragedia , sin duda, pero no es una “perversión” ni una “anomalía” inexplicable: al contrario, es la normalidad de la “división del trabajo” en la sociedad capitalista y en el Estado burgués (¿o alguien ha visto alguna vez a Amalita Fortabat o al ministro del Interior salir a reprimir directamente ellos? No, para eso tienen trabajadores especializados). ¿Vamos, entonces, a convalidar esa tragedia organizándola en una institución -eso es un sindicato-, es decir reduplicando su “normalización” tanto como aquel horroroso efecto ideológico “kafkiano”?

Ocultar(nos) esa “normalidad” bajo la cómoda y tranquilizadora premisa de que quienes reprimen a trabajadores no pueden ser ellos mismos trabajadores sería un pecado de lesa radicalidad : sería no querer saber nada con un conflicto posiblemente irresoluble que existe en (que incluso constituye a) la sociedad capitalista, y sobre el cual obviamente tiene que trabajar cualquier proyecto revolucionario, y para hacer lo cual tiene que empezar por reconocerlo como tal conflicto, como tal “tragedia”, sabiendo al mismo tiempo que no se va a poder resolver dentro de los límites del sistema . Al revés, considerarlos trabajadores equiparables a cualquier otra categoría de trabajadores –y por lo tanto merecedores de tener un sindicato, lógicamente- sería también negar el conflicto haciendo del significante trabajadores una especie de “equivalente general” fetichizado que desplaza de la vista la diferencia específica de esa categoría de trabajadores, y a cambio de esa “negación” crear la ilusión de que ese conflicto puede resolverse dentro de los límites del sistema (los trabajadores de las FFAS podrían tener paritarias, negociar mejores condiciones de trabajo, etcétera). Las dos posiciones, desde polos opuestos, convergen en la supresión “imaginaria” de un venerable ABC hegeliano que convendría siempre tener a la vista: los miembros de las FFAS son trabajadores en-sí , pero no para-sí . Se nos dirá que eso mismo sucede, en general, hoy, con la mayoría de los trabajadores; de no ser así estaríamos por lo menos en una situación “pre-revolucionaria”, los trabajadores habrían adquirido plena “conciencia de clase”, estarían luchando contra el Estado burgués en lugar de identificarse mal o bien con el bonapartismo “K”, y así de seguido. Por supuesto. La pequeña diferencia es que estos trabajadores que aún no han hecho el salto al para-sí no se ejercen violencia entre ellos (salvo algunas fracciones lumpen que pueden hacer de “mano de obra desocupada” para la peor burocracia sindical; con lo cual están en la misma posición que los miembros de las FFAS, sólo que no están “institucionalizados” ni forman parte orgánica del Estado). Ese hiato entre el en-sí y el para-sí es –no hace falta que lo digamos- el “campo de batalla” (material, simbólico e ideológico-cultural) de un proyecto revolucionario, que quedará siempre en mero “proyecto” si no es capaz de construir un puente sobre esa brecha, de llenar ese indecidible vacío . Pero, de nuevo: en el caso de los miembros de las FFAS no se trata del mismo “vacío”; podríamos decir que ni siquiera se trata de un “vacío”, sino de un verdadero agujero negro . Ellos son parte de la clase trabajadora, pero lo son como la “parte que no tiene parte” (para retomar esa noción de Ranciére, aunque invirtiendo su sentido), o peor, son la parte cuyo trabajo los obliga a colocarse potencialmente en contra del resto. No bastaría hacer con ellos (en verdad no basta con nadie, pero mucho menos con ellos) un mero trabajo de paciente “educación” o persuasión –no se trata de idiotas, si uno se sentara a razonar con ellos seguramente “entenderían” un montón de cosas-. Lo que se suele llamar “ideología” no es simplemente un conjunto de ideas y conceptos más o menos difusos e inconscientes que se aplican a las conductas prácticas y que podrían ser cambiadas por el convencimiento paciente, sino que está indisociablemente entramada , o inscripta , en las prácticas mismas (en este sentido, la ideología no es una “superestructura” en la acepción vulgar: puesto que una función central de la ideología dominante es la de reproducir armoniosamente las relaciones de producción / dominación imperantes, ella forma parte de la “base económica”; es uno de los principales componentes de la llamada dominación intra –económica). Que la mayoría de los miembros de las FFAS sean, como se dice, “fascistas”, “autoritarios”, “violentos” o “antipopulares” no es una enfermedad psicológica (aunque eso pueda ser un efecto ): es algo consustancial a la propia lógica de su “proceso de trabajo”. Es claro que esa lógica puede ser transformada. Pero, otra vez: para que tal cosa sucediera en serio haría falta una aguda crisis “revolucionaria”. Ningún sindicato que se mantuviera dentro de los parámetros de la lógica actual de ese “proceso de trabajo” (y no podría ser de otra manera en las actuales condiciones) serviría para alterar nada de manera radical , e incluso podría empeorar las cosas (salvo, tal vez, y no es seguro, para el gobierno, que quizá podría negociar más aceitadamente con los potenciales levantiscos: pero no es tarea de la izquierda solucionarle sus problemas al Estado burgués).

Todo lo anterior no quita que el reclamo de los gendarmes y prefectos sea “justificado”, “legítimo”, y todas esas cosas que se dicen. Pero en esos términos, y en su propio nivel, también aparece como “justificado” y “legítimo” el reclamo de los “pequebús” caceroleros a los que no se permite acumular dólares en medio de una economía capitalista en crisis cuya inflación les recorta sensiblemente su capacidad de ahorro y consumo (paradójica consecuencia de un “modelo” que, lejos de apostar consecuentemente a la recomposición industrial, como reza el bendito “relato”, se basa en la exportación y consumo de commodities ). También aquí el aspecto propiamente ideológico del reclamo está inscripto en las estructuras del proceso económico dominante. ¿A qué viene esta comparación aparentemente traída de los pelos? A un debate que viene produciéndose cada vez menos sordamente en el seno de la izquierda (incluido el FIT). Dicho esquemática y sucintamente: de la misma manera que la legitimidad de las demandas de los miembros de las FFAS no pueden ser –por todo lo dicho- un argumento para que la izquierda empuje su sindicalización, tampoco la legitimidad de algunos de los reclamos caceroleros puede ser un argumento para que la izquierda apoye (menos aún se haga presente) en movilizaciones como las del 13-S, hasta ahora nítidamente hegemonizadas por lo peor de la derecha. En ninguno de los dos casos, es verdad (si entiendo bien, sobre esto hay pleno acuerdo), hay el menor peligro de “golpe”, “atentado a las instituciones democráticas”, “conspiración destituyente” o cualquiera de esos dislates que algunos voceros oficialistas insinúan interesada y, hay que decirlo, cínicamente. Pero sería una ingenuidad pensar que se trata solamente de demandas parcial y abstractamente legítimas, y no de síntomas de un incipiente pero ya bastante profundo proceso de descomposición del sistema político en su actual andamiaje. Una vez más: no es tarea de la izquierda arreglar eso.

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2 respuestas a SOBRE LOS “COMPAÑEROS GENDARMES”, Y ALGUNAS OTRAS DUDOSAS CUESTIONES FILOSÓFICO-POLÍTICAS (Eduardo Grüner)

  1. Marcelo. dijo:

    Dejo mi comentario.
    Antes que nada es necesaria le distinción entre FFAA (fuerzas armadas) y Fuerzas de seguridad, distinción que no es mínima.
    Las fuerzas armadas construídas contra la voluntad de quien las integra, por coacción estatal, y por un período de tiempo (guerra, conscripción, etc.) no son la misma institución que las fuerzas permanentes del Estado.
    Las fuerzas permanentes son un actor diario de la construcción y reproducción misma del Estado del que forman parte. Dentro de esta categoría se inscriben gendarmes, prefectos y policias.
    Son uno de los actores fundamentales en el sostenimiento del Estado.
    Sus integrantes están durante años en esas instituciones, y una de sus tareas más importantes es la contención-represión de los movimientos que cuestionen al mismo Estado.
    Esta diferencia es fundamental: separa a un integrante de las clases sociales dominadas por el capital, convertido forzosamente en integrante de las Fuerzas Armadas, de un policia-gendarme-prefecto que ejerce diariamente y quizás por toda su vida la acción de represión.
    Parece una diferencia sutil, pero no la es.
    Un obrero, un campesino, un profesional, retornan a sus respectivos «roles» una vez finalizada su vida dentro de las fuerzas armadas.
    El policia-gendarme-prefecto no posee otro lugar en la sociedad de clases que aquel que está realizando diariamente. No puede volver a la fábrica. Para eso, debería dejar de integrar las fuerzas permanentes de represión del Estado.
    Aquí yace una diferencia sumamente importante entre un conscripto o soldado, y un policia o gendarme.
    Esta explicación anterior la quiero utilizar de base para criticar el concepto de «trabajador» aplicado a los integrantes permanentes de los aparatos de represión del Estado.
    Cuál es su trabajo? La represión puede considerarse una tarea que produce valor de algún tipo?
    Disparar armas de fuego sobre una manifestación es un trabajo?
    Desempeñar funciones diarias y bajo mando jerárquico, es eso suficiente para que puedan considerarse trabajadores? En qué reside su explotación? Sólo en los bajos salarios? Y si estuvieran muy bien pagos??
    Recuerdo varios casos de la historia argentina reciente, en dónde los integrantes de las fuerzas de represión recibieron plús salariales previos a grandes represiones.
    Puedo citar el caso, de los adicionales que recibieron los integrantes de la policia en 1994 en Tierra del Fuego, previo a las represiones a los trabajadores movilizados contra los cierres de empresas.
    Creo que no debe confundirse la extracción social de los integrantes de las fuerzas permanentes de represión del Estado, con su presente. Aunque cobren bajos salarios siguen siendo parte fundamental en el sostenimiento del Estado, y la sociedad de clases.
    En relación con esto, creo que es sumamente importante distinguir, que dentro de la sociedad de clases, existen tareas fundamentales para la reproducción y sostenimiento de la misma, que no pueden considerarse realizadas por «trabajadores».
    La represión social, realizada por una «capa», «sector social» o como lo encuadremos, no es tarea que realicen trabajadores.
    No se puede denominar bajo ningún aspecto trabajadores a gendarmes-policias-prefectos.
    Esta distinción me parece fundamental para determinar la política a seguir.

    Gracias.

  2. Eduardo Grüner dijo:

    Estimado Marcelo, tiene usted mucha razón. Las distinciones que hace son muy pertinentes. Mi intención fue sencillamente extremar el razonamiento planteando la cuestión de que aún si los gendarmes fueran considerados «trabajadores», eso no cambiaría nada. Pero me doy perfecta cuenta de que mi intervención fue insuficiente y apresurada (aunque queda en pie el debate implícito sobre cierta «idealización» del significante «trabajadores»; pero eso es más complicado, merecería un análisis de otra naturaleza). Digamos, para abreviar, que después de pensarlo mucho mi posición está claramente representada por el texto de Raquel Ángel y Alberto Guilis, en este mismo blog. Gracias por su comentario, un fraternal saludo,
    Eduardo Grüner

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